Aquí colgaremos cuentos, relatos, poesía, etc... Todo aquello que produzcamos vosotros, los alumnos o nosotros, los profesores.

miércoles, 14 de octubre de 2009

NINO."El pequeño dinosaurio"

NOTICIA EN EL PERIÓDICO LOCAL....
Esta mañana al amanecer, las brigadas de limpieza del Ayuntamiento han descubierto en la Avda. de La Libertad, unas misteriosas huellas que indicaban la presencia en la ciudad de un animal desconocido.
Se teme que el hallazgo de estas huellas tengan mucho que ver con la desparición del pequeño Miguel. La policía sigue investigando.

CAPÍTULO I


Nino es un pequeño dinosaurio que un día nació de las manos de un niño muy inteligente. Lo mejor que tiene nuestro protagonista es su corazón.
Miguel tiene siete años, va a la escuela pública de su pueblo y es un niño espabilado. Su maestra dice que se mueve mucho en clase.
Miguel siempre está inventando alguna cosa. Unas veces inventa animales de plastilina, otras dibuja sorprendentes aventuras con desenlaces insospechados y otras nos cuenta fantásticas historias de desaparecidos.
Tan imaginativo es que a veces, en la escuela, su “señorita” tiene que llamarle la atención.
_ ¡Miguel!... ¿Quieres atender, por favor?
Miguel está pensando en sus cosas. El ábaco, las unidades, las decenas y las centenas ya le aburren.
_ ¿“No se dará cuenta la "seño" que ya me he enterado, que ya sé cómo funciona ese truco de las decenas”?.
Normalmente la vida de Miguel transcurría sin grandes altibajos, por más que él intentaba hacerla divertida. Ponía todo su empeño en que la vida se pareciese a una aventura de piratas... ogros...o extraterrestres y no lo conseguía. Lo más que llegaba a pasar es que su madre se enfadara cuando a él se le ocurría imaginar que era un submarino nuclear dentro de la bañera.... y claro con tanta bomba de agua ponía perdido el cuarto de baño.
Una tarde, después de que su padre fuera a recogerlo al colegio, lo llevara a casa y le preparara la merienda, se metió en el cuarto de estar, cogió sus tacos de plastilina, unos veinte más o menos, y empezó a construir bichos fantásticos: un dragón con alas, una mariquita cariñosa, un monstruo comefantasmas y un dinosaurio.
A cada animal le puso un nombre; Ruperto, el dragón... Carlota, la mariquita... Luciano, el come fantasmas y Nino, el pequeño dinosaurio.
Puso sus animales en fila y al mirarlos detenidamente, se dio cuenta de que Nino, le estaba guiñando un ojo. ¿Se asustó Miguel? ¡Quiá! Miguel es valiente y además él había hecho un dinosaurio con cara de bueno... Una carita un poco triste, pero cara de bueno. Además, a Miguel, su papá le había enseñado que los monstruos y los niños podían ser amigos y el papá de Miguel sabía mucho de dragones y dinosaurios. El papá de Miguel es un guerrero blanco.
Miguel intentó guiñar un ojo a Nino pero como no sabía cerró los dos y al volverlos a abrir vio que por la carita de Nino se deslizaban tres lágrimas.
Miguel se acercó, cogió, lo acarició y se lo subió a la cama.
¡Plas-Plas-Plas!. Se oyeron pasos en el pasillo. Era mamá que venía a decirle que la cena estaba preparada, que se lavase bien las manos sin olvidarse de las uñas que con tanta plastilina se veían verdes, azules y rojas, como la piel de Nino.
Miguel dejó a Nino sentado sobre la cama y salió pitando a obedecer a su mamá.


CAPÍTULO II

Tras la cena, Miguel volvió a su habitación y descubrió con sorpresa que Nino no estaba allí. Se puso a buscarlo por todas partes... debajo de la cama... dentro de las sábanas... entre los juguetes del cajón... tras la estantería... sobre la lámpara...¡hasta dentro de la bombilla de la luz! Nada, Nino no aparecía poir ningún sitio. Miguel tenía el corazón a punto de estallar por la preocupación.
_ ¿Qué le habrá pasado a Nino?
_ ¿Cómo puede haberse esfumado?
_ ¿Lo habrán raptado?
Miguel no se lo pensó dos veces. Había tomado una decisión. Iría en busca de Nino y lo salvar´´ia de cualquier peligro.
Se fue derechito y sin hacer ruido a buscar la bolsa donde sabía que su papá escondía su armadura contra dragones.
Allí encontró un precioso traje blanco, era el traje que papá se colocaba y que le convertía en un guerrero invencible. Se puso el traje.
-¡Pufff!...¡Qué grande!(Claro papá era enorme.)
Pero no importaba, así estaría más protegido contra los "malos" que se habían llevado a Nino.
También cogió una cosa redonda, como una careta llena de agujeritos muy pequeños, que su padre se ponía para que las moscas no le picaran.
-¡Qué divertido! ¡Parezco un extraterrestre!
-¿Qué hay en el fondo de la bolsa?.... ¡Espadas!
- No, eso no debo cogerlo.
-¿Y si me atacan los malos?
Miguel estuvo un rato dudando y al final decidió que tampoco pasaba nada si solamente cogía una. Recordaba cómo, cuando sus papá las usa, los demás guerreros blancos se echan para atrás....retroceden una y otra vez y eso es, casi seguro, es porque las espadas de su papá son mágicas.
Vestido y armado de esta manera esperó dentro de la cama a que sus padres se durmieran.
Pasó un rato... y otro rato y el pesado de papá seguía escribiendo en el ordenador.
Veinte ratos... veinticinco... setenta ratos.... y por fin su padre dejó tranquilo el ordenador y se fue a dormir. Miguel pensó en lo pesaditos que son los mayores, nunca hacen las cosas que uno quiere y siempre andan fastidiando.

CAPÍTULO III

Despacitooo... Despacitooo Miguel abrió la puerta, bajó las escaleras, abrió el portal y salió a la calle. Miró a un lado... al otro... al frente... a su espalda...
¡Nada, ni rastro de Nino!
Descorazonado, se apoyó en un árbol y al mirar hacia arriba vio entre las ramas un trocito de plastilina roja.
¡Era la primera pista!
Fue hasta el árbol siguiente y luego a la farola y miró detrás del coche azul y en el manillar de la moto del vecino. En el árbol, en la farola, en el coche y en el manillar de la moto había restos de plastilina.
Se agachó a recoger un trocito minúsculo para examinarlo con más atención, y al hacerlo descubrió en la acera un enorme agujero.
Parecía una cueva, pero hacia abajo, una cueva que se metía bajo las entrañas de la tierra.
- Era la boca de una alcantarilla.
Miguel se arrodilló y vió que era profunda, profundísima, negra, negrísima, fea y sucia.
Con bastante miedo metió la cabeza un poquito, y con los ojos bien abierto escudriño aquella negrura. Le pareció percibir, en lo más profundo, una diminuta luz verde.
Sin pensárselo mucho, se colocó la careta espantamoscas, que ahora le serviría para espantar a los murciélagos, que de seguro habría en un pozo tan profundo.
Apretó muy fuerte su espada y empezó a bajar descolgándose por unas viejas escaleras de hierro que encontró en la pared del pozo.
Mientras bajaba tenía miedo ¡Claro que tenía miedo! Pero sabía que era valiente y que iba a rescatar a su amigo.
Miguel, pronto encontró la solución a su miedo. Cuando empezara a sentirlo apretaría entre sus manos la espada de su padre. Si tenía mucho... mucho miedo; entonces la apretaría más fuerte y la pondría junto a su corazón para sentir el valor que su padre le transmitía a través de la espada. De esta manera, él sabía que su temor se esfumaría como por encantamiento.

CAPÍTULO IV


Al cabo de un rato, un rato muy largo (por lo menos habían pasado tres horas... diecisiete minutos... y una purrelada de segundos); Miguel llegó al fondo del pozo y desde allí vio que la alcantarilla era muy larga, tremendamente larga y llena de sombras que se movían por el suelo y por el techo.
También esta vez superó su miedo y con cautela y con la mente puesta en encontrar a Nino, aferrado a su espada mágica, inició el avance por el tenebroso camino.
Llevaba caminando un ratito, que a él le pareció un siglo, cuando a lo lejos volvió a ver la lucecita verde que saltaba, bailaba, aparecía, desaparecía y volvía a aparecer. Miguel no se lo pensó dos veces y echó a correr tras ella.
Corría y corría y seguía corriendo, la luz no quería dejarse coger. Corrió durante tres días seguidos y ya empezaba a notar que tenía hambre, que estaba cansado, que tenía sueño, que quería ver a su papá y abrazarse a su mamá ¡los echaba mucho de menos!
Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared del túnel y por su carita negra de barro cayeron dos preciosas lágrimas.
Cerró los ojos, pensó en papá, el gran caballero blanco, apretó la espada contra su pecho y se quedó dormido.
Soñó que una gran lengua de jamón de York le lamía la cara, le limpiaba las mejillas y le sorbía sus lágrimas. Despertó de golpe. A su lado estaba Nino, ya no era de plastilina.
¡ERA DE VERDAD! Se movía y coleaba y tenía una carita tan simpática... Era pequeño, suave y mimoso. Era de color verde, rojo y azul y tenía unos enormes y brillantes ojazos negros que chisporroteaban de alegría.

CAPÍTULO V

Abrazó a Nino, lo besó y lo acarició. Lo cogió en sus brazos y apretándolo contra su pecho comenzó a desandar el camino.
Estaba agotado, sucio y comenzaba a sentir un tremendo y creciente dolor en todo su cuerpo.
Miguel buscaba a través de su careta de alambre un puntito de luz que le indicase el camino. El pequeño dinosaurio se había quedado dormido entre sus brazos y él, con su enorme traje blanco y su pesada espada se movía con mucha difucultad . Miraba, entrecerraba los ojos para ver mejor, sólo veía una gran oscuridad, una oscuridad negra que amenazaba con tragarse a él y a Nino y sin saber cómo de sus ojos empezaron a caer gruesas lágrimas, con suavidad dejó caer la espada para poder limpiarse las lágrimas... se restregó la cara con el sucio dorso de la mano y ... ¿era posible?...sí, sí... Allí, a lo lejos, muy a lo lejos se veía una débil luz blanca. Recogió la espada, se metió a Nino en la pechera de su uniforme blanco, allí entre los protectores y echó a correr siguiendo la estela que le marcaba la luz.

Casi sin darse cuenta se encontró de nuevo en su calle. Se había hecho de día y podía distinguir con toda claridad los árboles, la farola, el coche azul y la moto del vecino... El portal, las escaleras y la puerta de su casa. A través de ella oyó la voz de su madre que algo enfadada le decía a su padre.
_ Miguel, ¿me oyes? El niño no está en su cama y ha desaparecido el dinosaurio que hizo anoche con la plastilina. Me tiene cansada, siempre está inventando alguna
trastada para llegar tarde al colegio. Me apuesto una cena a que se ha vuelto a esconder en el trastero.

Mi padre seguía desayunando tranquilamente y mi madre se iba enfadando más y más.
_ ¡Miguel!... ¿Es que no me escuchas?... ¡Tienes que hablar con él!

Fue entonces cuando vi que mi padre volvía un poco la cara, me guiñaba un ojo, me sonreía con una sonrisa cómplice, como soríe un amigo que sabe tu más recóndito secreto.
De puntillas y sin hacer ruido me escabullí hasta el cuarto de baño, cerré la puerta con cerrojo, con cuidado me quité el traje de mi padre y lo dejé doblado junto al bidé y con la espada y la careta encima de todo. Nino saltó a mis brazos y juntos nos metimos bajo el chorro de agua calentita. Nos guiñamos un ojo y yo le susurré al oído.
"Ésta será nuestra aventura secreta".


Este cuento está dedicado al hijo de mi amigo Miguel, campeón de España de esgrima 2002/2003.M. Carmen Nieto

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