Aquí colgaremos cuentos, relatos, poesía, etc... Todo aquello que produzcamos vosotros, los alumnos o nosotros, los profesores.

lunes, 26 de octubre de 2009

LA CABEZA DEL JÍBARO

La historia que te voy a contar sucedió en el verano de 2001.
Acabábamos de llegar al claro del bosque donde se asentaría el campamento. Los muchachos y las muchachas estaban especialmente inquietos. Había sido un largo viaje en autocar desde Madrid hasta los Picos de Europa.
El autobús nos había dejado en las faldas de la montaña y aún teníamos un largo camino a pie hasta la Laguna Negra. Lo primero que hicimos al llegar junto a sus oscuras aguas, fue montar las tiendas. Enseguida noté que mis pequeños preadolescentes no estaban nada dispuestos a irse tranquilamente a la cama. Los otros cuatro monitores y yo decidimos organizar un” fuego de campamento” con el único fin de que desfogaran las energías contenidas en sus revoltosos cuerpos.
Para hacer una hoguera lo primero que hace falta es buscar lecha y divididos en grupos cuatro nos internamos por el bosque en busca de algo que quemar. La orden era clara y terminante: “Solamente podríamos recoger la leña caída en el suelo, las piñas secas que encontrásemos y la broza que hubiera al pie de los árboles”. Nada de tronchar o arrancar ramas.
Al cabo de una media hora teníamos a nuestros pies suficiente leña como para encender una gran hoguera. Nos dispusimos a prenderle fuego y por precaución, ordenamos a los chicos que se colocasen sentados alrededor y a prudente distancia de las futuras llamas.
Juan, el encargado del grupo 5, se mostraba inquieto y no paraba de mirar hacia el interior del bosque. Los demás monitores nos dimos enseguida cuenta de lo que estaba pasando; Roberto, uno de los alumnos mayores y de carácter retraído no estaba entre nosotros.
Está claro que no teníamos intención de sembrar la inquietud entre nuestros alumnos y con una mirada de complicidad Luisa, la más experta de las monitoras en acampadas, se escabulló entre los árboles mientras los demás iniciábamos el ritual del fuego del campamento.
Estaban surgiendo historias interesantes, cada uno contaba algo que le había sucedido a él o a alguien próximo.
Todas, bueno, casi todas las historias contadas tenían un toque común, siempre había algún componente de intriga o de miedo.
Entonces se me ocurrió la idea de sugerir una nueva actividad para el día siguiente: Todos los chicos harían una redacción en la que el componente básico fuese una historia de terror.
No bien hube terminado de hablar oímos entre los árboles un grito:

¡KATAY!

Resonó en nuestros oídos y al girarnos para mirar vimos que nuestro tímido Roberto llegaba dando saltos y moviendo los brazos como si fuese un molino y sin parar de gritar ¡KATAYYYY-KATAYYYY-KATAYYYYYYYY!
Martín, su mejor amigo, dijo:"Este chico está pirado".
Y aprovechando esta interrupción y antes de que la tontería de Roberto contagiase a los demás muchachos y se pusiesen a hacer el”gilipuertas”, disolvimos la reunión y mandamos a “cada mochuelo a su olivo”. Oseasé a cada chico a su tienda y a cada chica a la suya (les encanta burlar la vigilancia y dormir revueltos).

Esa noche dormí muy intranquila, me levanté varias veces a dar vueltas por el campamento y comprobar si todo estaba en perfecto orden…. Al acercarme a la tienda que Roberto compartía con otros tres compañeros me pareció percibir un leve, levísimo sonido, como si algo crujiese dentro de la tienda. Despacito, despacito asomé la cabeza por la entrada de la puerta..... Carlos, Jorge y Martín dormían a pierna suelta, Martín roncaba a lo bestia y....

_ ¡Dios Santo!
_ ¡Rober no estaba!

2ª PARTE

En su lugar y junto a la almohada había una especie de gusano verde que no paraba de moverse.
Está claro que me pegué un susto de muerte, pero también estaba claro que yo no podía asustar a los otros chicos. Así que salí de allí y corriendo, mejor dicho volando me acerqué a la tienda del jefe de campamento, le desperté a empujones y cuando conseguí que se espabilara y que se le pasara el enfado por tan brusco despertar. Le conté todo lo que había visto.
Ambos nos dirigimos de nuevo a la tienda de Rober. Nos asomamos......Todo seguía tal y como yo lo había visto, incluidos los ronquidos de Martín… Todo, menos el gusano verde que en vez de estarse quieto no paraba de retorcerse y de soltar una asquerosa baba verde por su boca. Comenzó a deslizarse por el suelo de la tienda y trataba de escapar por debajo de la lona. Cuando lo consiguió nosotros dimos la vuelta y con todo nuestro miedo en el cuerpo nos dispusimos a seguirlo.
El repugnante bicho llegó hasta los linderos del bosque y en él se adentró. Está claro que nosotros seguimos tras él.
Al cabo de una media hora vimos que se paraba bajo un alto roble y al mirar tras él, descubrimos a Roberto… Sus brazos, sus manos, su ropa estaban llenas de barro y de hojas podridas. Asomando por el cuello de su camisa se veían multitud de gusanos como el que nos había llevado hasta allí.
Roberto ocultaba la cabeza entre sus manos y al tratar de apartársela del rostro comprobamos espantados, que no era nuestro Roberto. Su cabeza se había convertido en algo de tamaño diminuto. Tenía un aspecto ceniciento. El pelo era un mechón asqueroso de marañas negras. Su boca tenía una mueca de espanto y a sus ojos, de cuencas vacías, saltó, de un brinco el apestoso gusano de baba verde. La cabeza de Rober era una cabeza reducida que nos miraba con ojos de odio.
Lancé un grito…. Y en ese momento me desperté… Había sido una pesadilla… El sol brillaba en lo alto y todo el campamento estaba en orden, incluso Roberto dormía plácidamente en su saco de dormir.
Esa mañana, cuando nos disponíamos a hacer los trabajos de literatura, yo conté a los chavales el sueño que había tenido… Casi todos se rieron de mí, me dijeron que si no me daba vergüenza tener miedo de una tontería así… que eso eran cuentos para niños pequeños… que si tal y que si cual… Todos se reían y se burlaban y entre todos observé que Roberto estaba callado, se apoyaba en el tronco de un árbol dándonos la espalda a los demás… Los muchachos se dieron cuenta de ese detalle y se volvieron a mirar a Roberto.
_ “Rober, macho”, le llamó su amigo Martín.
_ Espabila que pareces “atontao”.

Roberto se giró…. Nos miró…. Y el terror se pintó en nuestros rostros.

“Roberto se había convertido en un jíbaro, su cabeza se había reducido al tamaño de un puño y de las cuencas de sus ojos salía una luz verde de odio”.

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